La DEFENSA contra un EJÉRCITO 7 VECES SUPERIOR - Asedio de Viena
Explora la impresionante defensa de Viena, donde había 2.000 españoles contra 150.000 otomanos
6/26/20249 min read
En tiempos tumultuosos, los ejércitos cristianos se enfrentaban a un gran mal. Tan solo veinte mil soldados cristianos se enfrentaban a más de ciento cincuenta mil otomanos y su poderosa artillería. No contentos con eso, Francia también decidió asaltar a España y destruir sus ciudades en Italia. Contra todos estos enemigos, Carlos Primero demostró ser un líder ejemplar y, mientras peleaba en África, consiguió paliar todos los problemas mientras los valientes españoles resistían en una ciudad contra más del triple de enemigos.
Es hora de sumergirse y descubrir la historia de nuestro país, la España de ayer y de siempre.
En el año mil quinientos veintinueve, Solimán el Magnífico, tras una serie de victorias desde Belgrado hasta Budapest, fijó su mirada en Viena, la ciudad que desafiaba su avance en Hungría. Bajo el gobierno del archiduque Fernando, hermano de Carlos primero, Viena se preparó para enfrentar a los otomanos con apenas veinte mil valientes, frente a un ejército turco de más de ciento cincuenta mil soldados y más de trescientos cañones.
El asedio fue una lucha encarnizada, donde el valor y la determinación de los defensores se enfrentaron al imponente poder del enemigo. A pesar de las abrumadoras probabilidades, Viena se mantuvo firme, desafiando las expectativas y negándose a caer ante la fuerza avasalladora de Solimán.
Durante el asedio, el mando supremo de la defensa recayó en Pfalzgraf Philip, quien asumió la responsabilidad de dirigir las operaciones militares. Pero, el verdadero corazón y la fuerza moral detrás de la resistencia fue el veterano Conde de Salm. Juntos, estos líderes supervisaron la rápida fortificación de las murallas, bastiones y rampas de acceso de la ciudad. Aunque en aquellos años Viena aún no alcanzaba el tamaño que tendría en los siglos siguientes, la determinación y el ingenio de Pfalzgraf Philip y el Conde de Salm fueron fundamentales para prepararla contra el embate otomano. Su liderazgo y su habilidad para coordinar los esfuerzos defensivos jugaron un papel crucial en la protección de la ciudad
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Las murallas de Viena tenían un grosor de apenas seis pies, dimensiones que, si bien eran adecuadas para la guerra medieval, se consideraban insuficientes para enfrentar la potencia de los cañones otomanos. Esta preocupación se basaba en la experiencia previa de Constantinopla, cuyas robustas murallas no pudieron resistir el fuego de los turcos setenta años atrás.
La empalizada exterior también se consideraba frágil e insuficiente frente a la amenaza otomana. Esta vulnerabilidad estructural aumentaba la incertidumbre sobre la capacidad de las defensas de Viena para resistir el asedio.
A pesar de estas limitaciones, su determinación y valentía no flaquearon, y se prepararon para enfrentar la adversidad con coraje y tenacidad.
El destino de los cristianos parecía sombrío. Las escasas victorias apenas lograban salvarlos del saqueo y la destrucción. Sin embargo, en medio de la desolación, una chispa de esperanza permanecía viva, aguardando el momento propicio para desafiar al invencible enemigo.
La mayoría de las mujeres y niños fueron evacuados de Viena a tiempo, dejando solo un pequeño grupo de habitantes para formar parte de la guardia cívica. A quienes decidieron quedarse en la ciudad se les encomendó la tarea de almacenar todas las provisiones disponibles y de contribuir a la defensa. Además, se les pidió que arrancaran los adoquines de las calles para evitar que las balas turcas rebotaran
Cuando la sombra otomana se cernía sobre Viena, el emperador Carlos primero, inmerso en una lucha contra el temible Barbarroja en el norte de África, enfrentaba una situación desesperada. Con escasos recursos, optó por infiltrar guerreros en la sitiada ciudad, manteniendo viva la llama de la resistencia.
En un acto de traición calculada, Francisco primero de Francia, aliado de Solimán, atacó los territorios españoles en Italia, buscando debilitar a Carlos y frenar cualquier auxilio a Viena. En este torbellino de urgencias y desafíos, Carlos primero se alzaba como un líder resuelto, combatiendo con astucia tanto en los campos de batalla como en la diplomacia.
La Reina María de Hungría, hermana de Carlos, desempeñó un papel crucial al enviar refuerzos a Viena durante el asedio. Envió mil lansquenetes alemanes, mercenarios altamente valorados, liderados por el veterano Conde Niklas Salm, así como setecientos arcabuceros españoles.
Estos soldados de élite desempeñaron un papel vital en la defensa de la zona norte de la ciudad, impidiendo que los turcos se acercaran demasiado a las murallas. Su habilidad para disparar a discreción evitó que los otomanos se establecieran en las llanuras del Danubio, cerca de las murallas, donde podrían haber representado una grave amenaza. Además, construyeron empalizadas adicionales y fosos trampa, estratégicamente ubicados, que resultaron fundamentales en la defensa a largo plazo de la ciudad. Gracias a su valentía y experiencia, estos soldados ayudaron a mantener la esperanza y la resistencia entre los defensores de Viena en medio de la adversidad.
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El veintiuno de septiembre, la caballería ligera turca, conocida como los akinci, realizó una primera exploración del terreno y comenzó a saquear los alrededores de Viena. Con decenas de miles de soldados turcos rodeando la ciudad y preparándose para cavar minas y trincheras, Solimán el Magnífico anunció una oferta: si la ciudad se rendía, todos sus habitantes serían perdonados si se convertían al Islam.
Sin embargo, esta oferta fue rechazada y tres días después, los cañones otomanos comenzaron a retumbar. Ante la falta de resultados de los cañonazos contra las murallas, los líderes turcos decidieron cambiar de estrategia y dirigir el grueso de los proyectiles de su artillería contra los edificios dentro de la ciudad.
Los cristianos defendieron Viena del asedio otomano con tácticas ingeniosas y audaces, desplegadas en tierra, mar y aire. En el frente terrestre, lanzaron valerosas salidas para distraer y entorpecer las obras enemigas, mientras elevaban la moral de los defensores. Lideradas por Luis de Ávalos y los intrépidos españoles, expertos en maniobras flexibles y poco convencionales, estas incursiones demostraron ser decisivas para mantener al enemigo a raya.
En el mar, aunque el sultán logró reunir una imponente flota de cuatrocientos barcos, los cristianos, con su vasta experiencia naval, enfrentaron la amenaza otomana con un coraje inquebrantable, defendiendo cada pulgada de agua con feroz determinación.
Sería el invierno quien ofreciera la mayor esperanza a Viena. De manera inesperada, la lluvia y el frío llegaron alrededor del día de San Miguel, transformando el campamento otomano en un lodazal. Esta inclemencia meteorológica obstaculizó los movimientos de las tropas otomanas y minó su moral, brindando un respiro providencial a los defensores de la ciudad. La naturaleza, en un giro dramático, se alió con los valientes defensores de Viena, convirtiéndose en su más poderosa aliada.
Con la artillería en parte bloqueada por las inclemencias, el ejército otomano, implacable y decidido, buscó nuevas formas de derribar las murallas de Viena. Optaron por minas subterráneas, abriendo brechas para lanzar asaltos masivos y aprovechando su abrumadora superioridad numérica. Los soldados turcos cavaron bajo el fuego enemigo, y el once de octubre lograron abrir una brecha considerable cerca de las puertas Carintia y Stuben.
En este espacio reducido, varias columnas de jenízaros, las temidas tropas de élite turcas, se enfrentaron a soldados alemanes, vieneses y españoles. Estos últimos, formando una impenetrable línea de defensa, no solo mantuvieron su posición, sino que también repelieron a los otomanos con sorprendentemente pocas bajas. Los ecos de su valentía resonaban por la ciudad, llenando de esperanza los corazones de sus habitantes.
Días después, se produjo otro ataque en la misma brecha, convirtiéndose en un baño de sangre épico. Según una leyenda muy conocida en Viena, durante este asalto, dos oficiales, uno portugués y otro alemán, resolvían un asunto personal mediante un duelo cuando se vieron atrapados en medio del ataque otomano. Ante la urgencia de la situación, dejaron de pelear entre sí y unieron fuerzas para luchar contra los invasores.
Durante la feroz batalla, uno de los oficiales perdió su brazo derecho y el otro su brazo izquierdo. En un acto de heroísmo sin igual, decidieron luchar juntos, uniendo sus cuerpos mutilados, hasta que finalmente los enemigos acabaron con sus vidas. Su sacrificio, junto con el de muchos otros valientes, evitó que los otomanos avanzaran hacia las calles de Viena. Protegerían así la ciudad de la destrucción y preservarían la esperanza de la cristiandad.
Esta épica historia de camaradería y sacrificio, donde la hermandad nació del filo de la espada, continúa siendo recordada como un ejemplo de valentía y heroísmo en la historia de Viena. Los relatos de estos héroes son narrados con reverencia, sus nombres susurrados con respeto, inspirando a futuras generaciones con su deslumbrante ejemplo de coraje y unidad frente a la adversidad.
Después de un mes de asedio, que Solimán había anticipado como una conquista rápida, los mandos turcos recomendaron la retirada. Incapaces de minar las murallas o ingresar a las calles de la ciudad, y con la llegada del otoño, el sultán otomano se vio obligado a dar la orden de regresar a casa. La pérdida de decenas de miles de hombres en vano fue un duro golpe para los otomanos.
Sin embargo, el retorno de estas tropas desmoralizadas y exhaustas hacia Constantinopla a través de caminos inundados por las lluvias otoñales resultó ser la segunda parte de la pesadilla. Se estima que entre treinta mil y ochenta mil soldados turcos perdieron la vida en esta campaña, lo que marcó una dolorosa derrota para el ejército otomano y subrayó la resistencia y fortaleza de Viena ante el asedio.
Después del fracaso en el asedio de Viena, Solimán el Magnífico buscó resarcirse infligiendo daño a su paso y reforzando su control sobre el sur de Hungría. Ordenó la quema y destrucción de todo lo que encontraba a su paso, dejando un rastro de devastación en la región. Además, consolidó su dominio sobre el sur de Hungría, lo que prolongó el control musulmán sobre la región durante más de dos siglos.
Esta acción no solo representó un acto de represalia por la derrota en Viena, sino que también sirvió para reafirmar la influencia otomana en la región y para asegurar su posición estratégica en el sur de Hungría. La persistencia del control musulmán sobre esta área durante más de dos siglos subraya el impacto duradero que tuvo el intento de conquista otomano en la geopolítica de la región.
Más allá del factor meteorológico, el éxito de los cristianos durante el asedio de Viena fue gracias al heroico comportamiento de la guarnición. En todo momento, los defensores estuvieron a la altura de las circunstancias, manteniendo la compostura y la determinación incluso cuando la situación parecía desesperada. Conscientes de que estaban defendiendo la capital imperial y que no quedaba nada detrás de ellos, mostraron un coraje y una valentía extraordinarios.
El resultado fue una de las defensas más heroicas protagonizadas por una plaza fuerte frente al mayor y más preparado ejército de la época. A pesar de enfrentarse a adversidades abrumadoras, los defensores de Viena demostraron una resistencia inquebrantable y una voluntad indomable, lo que les permitió preservar la ciudad y mantener viva la esperanza de la cristiandad frente al avance otomano. Esta hazaña épica sigue siendo recordada como un ejemplo de valor y determinación en la historia militar europea.
Uno de los valientes defensores de Viena, el Conde Salm, quien contaba con setenta años de edad, perdió la vida a causa de las heridas sufridas durante uno de los últimos asaltos otomanos. Su sacrificio en defensa de la ciudad lo convirtió en un héroe, aunque lamentablemente no vivió para presenciar los siguientes episodios de la larga guerra entre el Sacro Imperio y la Sublime Puerta.
Tras el asedio de Viena, la capital imperial continuó en la primera línea de fuego y fue objeto de recurrentes asedios hasta el año mil seiscientos ochenta y tres. En ese año, la ciudad finalmente rechazó a los otomanos de forma definitiva. A partir de entonces, los Habsburgo asumieron una estrategia claramente ofensiva, lo que contribuyó a revertir la marea de la guerra a su favor y a debilitar la posición otomana en Europa central y oriental.
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