La OPERACIÓN ESPECIAL MÁS TEMIDA de los TERCIOS - ¿Que eran las encamisadas?
Julián Romero, leyenda de San Quintín, lideraba a cuatrocientos arcabuceros españoles bajo el manto de la noche. Cuatro capitanes le acompañaban, todos guiados por la promesa de la victoria.
6/27/20246 min read
A través de caminos traicioneros, el grupo avanzó con sigilo, buscando sorprender al enemigo. En una arremetida brutal y precisa, los arcabuceros descargaron su fuego mortal, desbaratando las líneas enemigas.
El amanecer encontró a los españoles victoriosos, con San Sinforien bajo su control y la amenaza a Mons desvanecida. El coraje de Romero y sus hombres se convertiría en una leyenda, una gesta épica de valentía y destreza en la guerra de Flandes.
Esto eran las encamisadas, tácticas de escaramuzas nocturnas utilizadas estratégicamente, tenían como objetivo debilitar al enemigo de manera efectiva, aprovechando la oscuridad para llevar a cabo ataques sorpresa y minar su moral y fuerza antes de enfrentamientos más grandes.
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En la penumbra de la noche, cuando el mundo parecía detener su latido, el duque de Medinaceli confió a Fadrique de Toledo una misión llena de valentía: una encamisada, una de las tácticas más letales de los Tercios españoles.
La estrategia estaba orquestada con precisión mortal: atacar durante el cuarto de guardia de la modorra, es decir durante el segundo de los cuatro turnos de guardia nocturna, cuando el enemigo sucumbía al sueño y sus centinelas luchaban contra el letargo. El tiempo se medía con astucia, de modo que el asalto concluyera cuando los primeros rayos de luz comenzaran a iluminar el horizonte.
Bajo el mando de Romero, los arcabuceros se movían como sombras silenciosas, listos para desatar un infierno en la quietud de la noche. El estruendo de los disparos marcó el inicio de la emboscada, golpeando con fuerza inesperada a las fuerzas del príncipe de Orange.
En la confusión del asalto, los hombres de Romero avanzaban con determinación, sembrando el caos en las filas enemigas. Los capitanes dirigían con destreza a sus soldados, aprovechando cada momento de desconcierto.
Cuando el cielo comenzaba a clarear, la misión estaba cumplida. Los soldados españoles se retiraron bajo la luz naciente, amparados por las fuerzas de cobertura dispuestas para proteger su retirada. El triunfo de la encamisada resonó como una épica victoria, un golpe maestro en la guerra de Flandes que quedaría grabado en los anales de la historia.
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Esa noche de mil quinientos setenta y dos se llenó de sombras y susurros mientras los arcabuceros avanzaban con sigilo hacia San Sinforien. Llevaban sus armas, cubiertas para ocultar el resplandor de la mecha, al igual que sus cascos y cualquier otra pieza de armadura.
Los centinelas fueron degollados con rapidez y precisión, permitiendo a la pequeña fuerza irrumpir en el campamento enemigo. Los soldados españoles, desatados en su furia, pasaron a cuchillo a cuantos enemigos encontraban a su paso, sin piedad. Los caballos fueron desbarrigados, y las llamas comenzaron a consumir el campamento, esparciendo el caos entre las filas enemigas.
El príncipe de Orange, protegido por el destino, despertó de su sueño plácido gracias a los ladridos de su perro. Así, logró escapar del violento ataque, dejando tras de sí una estela de destrucción. Durante una hora, el campamento ardió mientras los asaltantes ejecutaban su misión.
Al final de la incursión, el saldo fue brutal: trescientos rebeldes muertos, resultado de la ferocidad de los Tercios. Sin embargo, sesenta de los asaltantes también cayeron, muchos de ellos debido a no seguir la señal de repliegue a tiempo. Aun así, aquella noche se convirtió en un hito épico en la guerra de Flandes, mostrando la fuerza y la determinación de los soldados españoles en combate.
A medida que los españoles se retiraban, el ejército flamenco intentó perseguirlos, pero fue frenado por la caballería católica y el estruendo de trompetas que resonaron por el campo. Los adversarios, engañados por esta estratagema, creyeron que todo el ejército imperial estaba listo para la batalla. Así, el contingente de Orange se retiró y la plaza de Mons cayó en manos españolas.
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La encamisada fue casi modélica, con una planificación meticulosa que anticipó las reacciones del enemigo. La elección de arcabuceros y alabarderos, en lugar de mosqueteros y piqueros, demostró la eficacia de las fuerzas ligeras de los Tercios. Los arcabuceros, considerados una élite, demostraron su destreza, mientras que los alabarderos brindaron una cobertura vital frente a la caballería enemiga.
Sin embargo, la audacia de los españoles también trajo consigo riesgos, pues muchos desafiaron las señales de repliegue, resultando en bajas evitables. Aun así, la operación fue un triunfo, tanto por la sorpresa como por el engaño a los adversarios, marcando una noche épica en la guerra de Flandes.
En las encamisadas, los Tercios españoles demostraron su astucia e inventiva, llevando a cabo operaciones especiales de una violencia despiadada y breve. Los soldados que participaban en estas misiones nocturnas vestían camisas blancas sobre sus armaduras, un uniforme que les permitía reconocerse en la oscuridad mientras sorprendían al enemigo, dormido en sus tiendas o junto al fuego.
Estos guerreros se movían como espectros en la noche, cubriendo sus yelmos con pañuelos o servilletas para ocultar su brillo. A pesar de que el número de tropas variaba, siempre era lo suficientemente numeroso para tener un impacto significativo en el enemigo.
El éxito de una encamisada dependía de la disciplina y la coordinación de los soldados, tanto en el ataque como en la retirada. La precisión era esencial para asestar un golpe demoledor y retirarse a tiempo, evitando quedar atrapados o sufrir bajas innecesarias.
Estos movimientos tácticos de los Tercios causaban temor en sus adversarios y demostraban la capacidad letal y la audacia de los soldados españoles. En la guerra de Flandes, las encamisadas se convirtieron en un símbolo del ingenio y la ferocidad de los Tercios, cementando su reputación como una fuerza a temer en el campo de batalla.
Las encamisadas eran operaciones de gran audacia, pero también de alto riesgo para los Tercios españoles. Los soldados que participaban en ellas se enfrentaban a situaciones extremas, como le sucedió al propio Julián Romero, que sufrió un arcabuzazo en el brazo, resultando en una amputación. No todas las encamisadas resultaban exitosas, y el peligro era constante para quienes se aventuraban en estas misiones.
Sin embargo, algunas de estas incursiones alcanzaron notoriedad por su eficacia y valentía. Una de las más famosas fue la encamisada de Pavía en mil quinientos veinticinco, que allanó el camino para la batalla que culminaría con la captura del rey francés Francisco primero. Otro ejemplo destacado fue durante el asedio a Castelnuovo en mil quinientos treinta y nueve, cuando los Tercios, armados solo con dagas y espadas, desataron el terror en las filas otomanas, provocando incluso la retirada momentánea del almirante Barbarroja a su nave.
Estos hechos legendarios demuestran la destreza y el arrojo de los Tercios en combate, así como su capacidad para adaptarse a cualquier situación adversa. A pesar de los peligros que entrañaban las encamisadas, estas operaciones forjaron la reputación de los Tercios como una fuerza temible y decisiva en los campos de batalla europeos.
A pesar de la preferencia de los españoles por las encamisadas, no faltaban críticos que las consideraban deshonrosas. Algunos, especialmente quisquillosos, consideraban poco caballeroso atacar al enemigo mientras dormía, desafiando los principios de la guerra justa y honorable.
Sin embargo, la mayoría de los Tercios no compartía esos escrúpulos, que consideraban anticuados. Las encamisadas brindaban oportunidades únicas para destacar y demostrar valor, aspectos apreciados por los soldados españoles.
No obstante, había una crítica recurrente hacia los Tercios: su dificultad para mantener el silencio necesario durante estas operaciones. Esta acusación, muy probablemente justificada, señalaba una debilidad que podía comprometer la eficacia de las incursiones nocturnas.
En resumen, mientras algunos rechazaban las encamisadas por considerarlas poco dignas, la mayoría de los Tercios las abrazaba, apreciando las oportunidades que ofrecían para la gloria y el éxito en el campo de batalla.
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